La guerra espiritual

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Transcripción del video

Normalmente, cuando hablo en este canal, suelo hablar de nociones y datos que pueden ser corroborados, estudiados y comprobados con búsquedas de Google, Google académico o revisando bibliografía. Hoy quiero complementar esto con ciertas afirmaciones de las que no suelo hablar, como son las cuestiones espirituales.

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Es una costumbre de sanidad intelectual desconfiar de las propias impresiones, especialmente de las primeras impresiones. Sin embargo, cuando estas impresiones se vuelven constantes, se hace absolutamente necesario prestarles la debida atención.

He hablado en otros videos de la guerra cultural, del proyecto de reingeniería social, de lo funesto de las políticas identitarias. En conversaciones privadas, algunos amigos y yo hemos coincidido en algo de lo que normalmente no hablamos en público. La guerra espiritual.

Producto de mi formación filosófica, no me gusta hablar del espíritu, porque como decía Descartes, uno debe hablar de lo que conoce y no de lo desconocido. Con este asunto, ocurre algo parecido a lo que pasa, por ejemplo, con las abducciones extraterrestres.

Yo puedo creer que alguien efectivamente crea haber sido raptado por extraterrestres y sometido a los más extraordinarios procedimientos. Sin embargo, no puedo estar seguro, si acaso, de nada más que de la certeza que el testigo tiene de su experiencia y no de la verdad de la experiencia, ya que esta no es repetible ni comprobable.

Este tipo de cosas son las anécdotas, es decir, hechos no comprobables y/o que pueden ser atribuidos a una multiplicidad de causas como un sueño, un delirio, una enfermedad mental o una verdadera abducción. En general, los científicos y los filósofos tendemos a despreciar las anécdotas, ya que no podemos ponerlas en el camino del conocimiento seguro de la filosofía o la ciencia.

Nuestra vida cotidiana, lamentablemente para científicos y filósofos, está compuesta en su gran mayoría por anécdotas. La pérdida constante de las llaves ha llegado a la formulación de la regla de la movilidad de los objetos inanimados de la ley de Murphy: “los objetos inanimados pueden moverse lo justo para estorbar”. Esta regla es un chiste que muestra la frustración ante las lagunas de la memoria y la imperfección de los procedimientos no metódicos, como cuando no se dejan las llaves siempre en un mismo lugar.

Así, aquel conocimiento no anecdótico termina sirviendo para grandes descubrimientos científicos, proezas tecnológicas o magníficos sistemas filosóficos, sin embargo, los simples mortales, incluyendo a los científicos, los ingenieros y los filósofos, no habitamos en aquellas certezas, sino en el cotidiano e incierto mundo de la anécdota.

A veces, estas anécdotas se repiten y se comparten, como en el caso de nuevo de los abducidos, que se cuentan por cientos de miles a lo largo del tiempo y a lo ancho del globo, lo que hace que el fenómeno pase a ser estudiado por quienes se dedican a crear, descubrir o construir un conocimiento cierto, sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos, los hechos narrados por los abducidos no pueden salir del terreno anecdótico, ya que, en el mejor de los casos, no hay más que evidencia circunstancial, como la desaparición de un sujeto por varios días y su posterior reaparición. Esto puede deberse a múltiples causas y no es suficiente para dar por cierto un determinado hecho o fenómeno, al menos no científicamente.

Con los temas espirituales ocurre lo mismo. Un milagro puede deberse a las facultades muy naturales del cuerpo humano de curarse a sí mismo, a una serie poco probable, pero posible de coincidencias o a otra causa que, por desconocida no se vuelve sobrenatural.

La experiencia mística de un santo puede deberse a un desequilibrio químico del cerebro, a un hecho externo malinterpretado y así suma y sigue.

La vivencia espiritual que he compartido con muchas personas en estos últimos años no tiene nada de extática ni de santa. Por el contrario, es una experiencia oscura. Gran parte de las personas que formamos parte de la resistencia en los diferentes canales de YouTube, otras plataformas o simplemente la calle, no nos conocíamos mucho antes del fatídico dieciocho de octubre.

Todos nosotros hemos coincidido en sentirnos como los supervivientes de un apocalipsis zombi, siendo los pocos humanos no infectados por una especie de afiebramiento político que hizo presa de la gran mayoría de nuestros amigos o incluso de muchos familiares.

En lo personal, personas a las que consideraba medianamente inteligentes e incluso personas a las que admiraba parecen haber caído bajo un influjo misterioso que me llevó a escribir los cuentos de terror que están en este mismo canal y en Instagram como una especie de desahogo artístico. Ahora, que se han convertido en los capítulos de una novela en busca de editor internacional y he debido revisar los textos, ya no estoy tan convencido de que sean pura ficción.

Ciertamente los personajes y las peripecias fueron creados siguiendo las reglas clásicas del canon literario y los demonios allí mencionados fueron tomados de los mundos de Lovecraft, para no usar nombres de entidades de la tradición esotérica, ya que hay quien dice que la sola mención de su nombre puede evocarlos. Esta precaución fue casi un chiste en su momento, pues en aquel entonces yo tenía una posición totalmente escéptica de todo aquello que es llamado “espiritual” tanto por el vulgo, como por los distintos cleros y los ocultistas, a quienes había estudiado por mucho tiempo con pasión, pero sin demasiada fe.

Debo confesar que he cambiado de opinión.

Hay quien ha intentado explicar las crisis, tanto de occidente en general como de Chile en particular como una lucha entre distintas fuerzas sociales y políticas, así como por la influencia de grandes capitales y organizaciones internacionales. Yo mismo he hecho esto en este mismo canal y creo que hacerlo es perfectamente correcto, pero, como diría Fernando Villegas, es insuficiente.

No es posible, por ejemplo, que una profesora universitaria de historia, a punto de obtener el grado de doctora, celebre que haya fuerzas que quieren transformar a Chile en un Estado multinacional, siendo que tales Estados han sido siempre estados fallidos, como el Imperio Austrohúngaro, la ex Yugoslavia, Checoslovaquia y la propia Unión Soviética. No es posible que haya quien efectivamente quiera volver a plantear las ideas de los socialismos reales, que han probado ser absolutamente ineficaces y generadoras de muerte, sufrimiento y pobreza. Esto es esperable en personas muy jóvenes, porque no tienen experiencia o son muy ignorantes porque no tienen estudios. Pero es absolutamente inexplicable en personas educadas y que pasan los cuarenta años.

Ciertamente, no se requiere ser un genio para obtener un grado de doctor, sin embargo, tampoco se puede ser un verdadero idiota. El profesor Gad Saad dice en su libro The Parasitic Mind que “cualquiera puede ser tonto, pero para ser un perfecto imbécil se requiere educación universitaria”. Creo que esto puede ser cierto para las generaciones llamadas millenials, sin embargo, mi generación estudió en una universidad rigurosa y crítica en la que diversos puntos de vista eran constantemente contrastados. Es además imposible para mí aceptar que, personas educadas en este espíritu, estén llamando discurso de odio a todo aquello que ponga en duda el progresismo, que defiendan conceptos tales como el negacionismo o que usen el ridículo “lenguaje inclusivo”.

Ciertamente, están aquellos que adhieren a estas ideas por mero oportunismo y por asegurar sus trabajos, pero me ha tocado contemplar rostros llenos de alegría y esperanza defendiendo todas estas estupideces. Estoy hablando de personas a las que conozco hace años, incluso décadas, que se han referido a mí como de “extrema derecha” simplemente por no aceptar el discurso progresista y sabiendo que no he cambiado de opinión más allá de lo que las circunstancias requieren y que en ningún momento he puesto en duda mi adherencia a los principios de la libertad.

Hablar de guerra cultural es una cosa, pero hablar de guerra espiritual implica aceptar una serie de realidades que, en su gran mayoría, están más allá de la posibilidad de mi razón para conocer y esto me inquieta profundamente.

Las más monoteístas de las religiones abrahámicas, el judaísmo y el Islam, pueblan el universo con una serie de seres no humanos como ángeles, demonios y genios. La tradición pagana occidental agrega a esto a una serie de espíritus de la naturaleza que eran reconocidos como verdaderos por los cristianos en la edad media, como las sílfides y los silfos, las hadas, etcétera.

Las religiones de oriente aún son politeístas y pueblan el universo con una cantidad aún mayor de entidades invisibles y los budistas, aunque se preocupan casi exclusivamente del desarrollo interior, no han negado la existencia de ninguna de estas entidades de manera tajante y el budismo tibetano acepta la existencia de dakas y dakinis como seres de cierta estatura espiritual que pueden ayudar al practicante.

Este es un territorio legendario al cual no puede penetrar ni el verdadero conocimiento filosófico ni científico y quizá solo los místicos puedan dar cuenta de él.

En lo personal, para mí todo esto estaba en el territorio de la ficción o de lo simbólico, en el sentido que podía considerar a todas estas entidades como símbolos de fuerzas principalmente interiores que forman parte de nuestra psique o como formas simbólicas de entender el mundo que nos rodea, para lo cual las consideraba superadas por el desarrollo cognitivo de occidente.

En este momento, sin embargo, ya no estoy tan seguro.

Un conocido de cierto renombre fue detenido durante los disturbios de octubre de 2019 por saquear una farmacia. Aquello llamó la atención de toda la comunidad literaria. Cuando le pregunté por qué había hecho semejante estupidez, me dijo que simplemente no lo sabía, que se había apoderado de él un extraño frenesí y que simplemente de pronto estaba saqueando la farmacia con la turba. Por supuesto que, sin ser un verdadero saqueador ni un primera línea, fue el primero en ser detenido y pasado a tribunales.

El hecho que acabo de referir bien puede explicarse por histeria colectiva o psicología de las multitudes y el principio de la navaja de Ockham de no multiplicar los entes sin necesidad y de buscar la explicación más sencilla podría ser suficiente para este hecho impresionante, pero que tal vez sea simplemente natural.

Más extraño aún es estar con una persona a quien se ha conocido por décadas, bebiendo tranquilamente una copa con más amigos, que refiere que está muy feliz de usar el lenguaje inclusivo en sus clases y que los procesos obligatorios para pensar el problema constitucional son perfectamente democráticos en cierta universidad que solía ser muy prestigiosa, en la medida que no haya personas que estén en contra del proceso mismo o quieran votar por José Antonio Kast. La pregunta es cómo es que esta profesora de historia, a punto de doctorarse, cree que tales actitudes son democráticas.

El famoso efecto Mandela consiste en un recuerdo falso compartido por un número importante de personas alrededor del mundo. Se llama así porque cuando Nelson Mandela fue electo presidente de Sudáfrica, muchas personas recordaban que él había muerto en prisión y que sus funerales se habían trasmitido en distintos noticieros a lo largo del mundo. Otro ejemplo de efecto Mandela es el monóculo del personaje de Monopoly, quien jamás ha tenido uno, aunque mucha gente lo dibuja con este accesorio.

¿Es lo que está ocurriendo algo parecido al efecto Mandela? Es posible, sin embargo, el efecto Mandela es generalmente inofensivo y más allá de provocar ciertas teorías de conspiración, como que estamos viviendo en una realidad paralela, no parece provocar mayores problemas.

Lo que vemos hoy en día, esta inversión de los valores tradicionales que mantienen unida a la civilización occidental, la negación de la realidad y el convencimiento de que el lenguaje es capaz de alterar o crear una realidad por el solo hecho de que se nombre no es sólo ridículo, sino además maligno. El aborto, por ejemplo, ha sido empujado hasta casi los nueve meses de gestación en algunas legislaciones, con lo que no hablamos ya de aborto, sino de un verdadero infanticidio. Es imposible no rememorar los sacrificios a Moloch por parte de fenicios y cananeos, quienes alimentaban a este ídolo con niños recién nacidos.

Como bien afirma Ricardo Ramírez, de Artistas Libres, los conceptos de fealdad y de belleza han sido invertidos por parte de la progresía, al punto que se dijo que la vandalización de la estatua del general Baquedano constituía una nueva obra de arte, según un criterio absurdo. Esta inversión estética repercute también en el natural sentido ético de las personas, que está profundamente emparentado con la sensibilidad estética. En casi todas las lenguas, las palabras “bello” y “bueno” se usan ya sea formal o informalmente como sinónimos. Nosotros hablamos indistintamente de una buena acción o un bello gesto para referirnos a un mismo hecho.

En esta inversión moral hay, por tanto, un aspecto maligno y aparentemente malvado que parece tener intención manifiesta de perder a occidente para que renuncie a todos sus logros, en especial las libertades individuales, que son un logro más importante que todas las tecnologías. Es esta intención, que no sé si es aparente o el resultado de fuerzas ocultas, lo que me llena de asombro.

Más allá de todas las explicaciones racionales, políticas, económicas y sociales, tengo la sensación de que aquí hay algo más que personas equivocadas y acertadas o incluso personas buenas o malas.

Ya resulta muy difícil entender que se haya cambiado la mentalidad de la mayor parte de una generación para hacerles creer estupideces que van contra toda evidencia y más difícil aún es que haya personas entradas en la cuarentena o directamente superando la cincuentena que puedan afirmar racionalmente este tipo de cosas.

Aquí es que volvemos de nuevo al principio, a la anécdota, al hecho puntual que no puede ser conocido y/o explicado de manera cierta, segura y razonable. He aquí que estamos de nuevo, como el hombre primitivo que no entendía la naturaleza de las estrellas, frente a hechos inexplicables por meras causas materiales o intelectuales.

Tengo la impresión de que cierto efluvio demoníaco se ha apoderado del intelecto de las personas y que algunos somos inmunes por razones desconocidas y no me alcanza con mis conocimientos para explicar esto, sin embargo, las leyendas, los textos antiguos de distintas tradiciones y los creyentes parecen tener una respuesta. Tal vez en un futuro lejano, cuando el progresismo vuelva a permitir a la ciencia investigar cosas que no sean políticamente incorrectas, tengamos una explicación científica para este fenómeno y podamos descansar nuevamente en la certeza del conocimiento. Tal vez, los profetas, los místicos y los antiguos tengan razón y lo que sucede excede la potencia del intelecto humano. En el intertanto, pido a los dioses que nos sean favorables y a los budas y bodhisatvas que nos ayuden.

 

 

 

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