¿Alguien ha visto “Cruella”? Me imagino que no, dado que los números de la película han sido muy bajos y que lo único que ha sido alabado por los críticos ha sido el vestuario, que no es suficiente para ver una película, y la banda sonora, consistente en The Clash, Blondie y otra música de la época, que podemos escuchar sin ver la película.
¿Es sorprendente que nadie haya querido ver la historia de origen de una villana como “Cruella”, mientras que, por ejemplo, todos quisieron ver “Joker”? No realmente. “Cruella de Ville” era una villana que quería matar a 101 cachorros de perro para hacerse un abrigo o algo así. Vi la película original de dibujos animados en el cine cuando era niño, muy niño. No había un deseo de dominar y salvar al mundo, como en el caso de “Thanos”, no había siquiera el deseo de enorme riqueza, como en ocurre con “Joker”. El mal de “Cruella” es un mal banal, muy parecido a lo que cuenta Hannah Arendt, pero más banal aún y ajeno a toda grandeza. Su deseo es superficial, un abrigo de pieles que puede ser perfectamente sintético y quiere matar creaturas a las que todos los mortales amamos. Es un mal irredimible.
“Cruella” aparece en medio de una política de Disney que quiere imponer políticas identitarias, es decir, de clasificar y tratar a las personas de acuerdo con los colectivos a los que pertenecen según características inmutables tales como sexo, perdón género. No, sexo está bien, no pido perdón, color de piel, tendencia sexual, raza, etcétera. El mensaje de la película es que, por ser mujer, su crueldad está justificada, pero se trata de una crueldad tan repulsiva, aunque hemos visto crueldades mayores tanto en la historia como en la ficción, que nos parece irredimible. No queremos saber el origen de su crueldad, no queremos justificar su ataque a los inocentes cachorritos.
Pensar lo que acabo de decir no es demasiado difícil. Redimir a “Cruella” era una ofensa ética y estética y estos sentimientos están perfectamente emparentados; los griegos solían decir que lo bello, lo bueno y lo verdadero eran la misma cosa, así, por ejemplo, una acción justa era bella. La ética y la estética son primero naturales en los hombres; por eso, por ejemplo, la ética cristiana y la budista siguen la regla de oro: “trata a otros como te gustaría que te trataran a ti”. Las elaboraciones del pensamiento son posteriores a este sentimiento.
Es por ello que, cuando tratan de invertir nuestros valores de manera grosera, como en el caso de “Cruella”, simplemente no funciona. El error fue aquí lo grotesco, lo grosero y lo fuerte de la historia. Nadie quiere relacionarse con una villana tan odiosa.
La tendencia a una inversión de valores, que no es precisamente la nietzscheana, parece ser una constante en nuestra sociedad occidental y, como diría la suegra de Coco Legrand en una antigua rutina –supongo que muchos no entenderán la referencia–, Chile no escapa a ello.
Durante el mes del Orgullo Gay vimos como casi todas las empresas grandes lucieron los colores del arcoíris en sus logos, así como también algunos partidos políticos como Evopoli e incluso, Carabineros de Chile. No se trata ya de defender los derechos de las personas LGBT, sino de establecerlos como un colectivo con una identidad determinada, que además tiene la nobiliaria calidad de víctima y por ello requiere de ser celebrada y sus miembros tienen más derecho al trabajo que el resto de la gente, según algunos comerciales. De hecho, más compleja es la calidad de macho, heterosexual y blanco, pues este personaje debe deconstruir sus privilegios y arrodillarse pidiendo perdón. Ay de aquel que se atreva a no hacerlo.
Están tratando de cambiar los valores y se vocifera, pero nadie fue a ver “Cruella”, nadie quiso darle a la antigua villana su calidad de víctima por ser mujer. Algo de todo este proceso revolucionario idiota no está funcionando. Cuando el público tiene la posibilidad de expresar su opinión sin exponerse, especialmente cuando se trata de consumir, parece que no está tan convencido de los nuevos valores de la progresía. Los políticos y los “comunicadores” (¿corresponde llamarles ‘periodistas’?) repiten el mensaje de la progresía con buenismo, para estar en la onda, para tener el discurso correcto. De los candidatos de la centro derecha, ninguno dice ser de derecha. Briones incluso denuncia violaciones a los derechos humanos en el mismo gobierno en el que él participó, apostando por la aprobación de una galería que aplaude, pero con frialdad. La estrategia es malísima: aliena a su propio sector y no hará que la izquierda vote por él. Probablemente sea una señal de buenismo que quiere dejar en su currículum para cuando postule a su próximo trabajo.
Afuera, en la calle, nadie parece creer en esto cuando consume, por ejemplo, entretenimiento. Get woke go broke, dicen los yanquis. Parece ser que cada vez que una empresa quiere hacerse la progre, le va mal y que las películas o series que pactan con el demonio de la corrección política rápidamente pierden audiencia.
La ideología forzada no entra, sin embargo, todos se guardan de denunciar la desnudez del rey. Nadie quiere ser acusado de dinosaurio y todos parecen creer que el vecino sí cree en el sagrado canon de la progresía, después de todo, los vociferantes se han encargado de hacer creer que son la única voz que existe y que las voces disidentes somos de extrema derecha, fascistas y nazis por creer en la libertad, con lo que además demuestran o que no tienen idea de historia ni de política o que deliberadamente las ignoran.
Un grupo de payasos ha sido electo entre los constituyentes, pero votó menos del cincuenta por ciento del electorado. Aquellos que no votaron son el misterio de los misterios y no hay iniciado ni adepto que lo conozca. Sin embargo, los pequeños hábitos de consumo dan una pista: parece que no se compran los disvalores progres, ni sus políticas identitarias, ni nada de eso. Lo que sí parecen creer, es que están solos, que si hablan serán tachados de fascistas pobres o algo peor y que les cerrarán las puertas. Muchas veces, aunque no tengan la claridad del discurso ni la habilidad de poner sus percepciones en palabras, sí tienen la claridad para entender que se les proponen locuras tan absurdas como el lenguaje inclusivo, ese que habla magistralmente la nueva alcaldesa de Santiago. De todo esto no tenemos más que evidencia circunstancial, pero no vieron “Cruella”, dejan de ver ciertas series y de consumir ciertos productos en una forma de voto silencioso, pero elocuente, aunque no lo suficientemente elocuente como para sacar una conclusión definitiva. Tal vez –y un gigantesco ‘tal vez’– se quedaron en casa porque creyeron que todo estaba perdido, que la locura lo había inundado todo y que no tenía sentido tomarse la molestia, sintiéndose como los únicos sobrevivientes de un apocalipsis zombi y creyendo que no valía la pena dar la pelea. Tal vez –y otro gigantesco tal vez– si ven levantarse a otros, sepan que no están solos y se levanten con más valor o tal vez –y este es el peor de todos los ‘tal vez’– sean tan cobardes que no merezcan la libertad.
Arturo Ruiz Ortega
Licenciado y magíster en filosofía
Magíster en Literatura
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Mejor articulo escrito … ????
Gracias!!!
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