Transcripción del video
“Lo que narro es la historia de los próximos siglos. Describo lo que viene, lo que no puede venir de otra manera: el advenimiento del nihilismo”. Dice Nietzsche en sus “Fragmentos póstumos”. Considerando que escribió esto a fines del siglo XIX, podemos establecer que habitamos ese futuro y podemos constatar que el nihilismo ha llegado.
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Para entender de lo que estamos hablando lo primero es definir lo que el nihilismo es. Según la Enciclopedia Británica el
“nihilismo, (del latín nihil, “nada”), es originalmente una filosofía de escepticismo moral y epistemológico que surgió en la Rusia del siglo XIX, durante los primeros años del reinado del zar Alejandro II. El término fue utilizado por Friedrich Nietzsche para describir la desintegración de la moral tradicional en la sociedad occidental. En el siglo XX, el nihilismo abarcó una variedad de posturas filosóficas y estéticas que, en un sentido u otro, negaban la existencia de verdades o valores morales genuinos, rechazaban la posibilidad de conocimiento o comunicación y afirmaban la falta de sentido o despropósito de la vida o del universo.
No nos interesan los rusos en este momento, pero en general, el adjetivo “nihilista” es casi siempre utilizado hoy como casi un insulto por los filósofos para referirse a otros pensadores o doctrinas, en otras palabras, casi nadie dice “yo soy nihilista”, sino más bien se suele decir “tú eres un nihilista” o “esa doctrina es nihilista”.
Ciertamente, nuestro pensamiento podría abarcar y examinar una serie de doctrinas y pensadores acusados de este pecado filosófico. Sin embargo, bástenos por ahora decir que el nihilismo es simplemente la negación de un sentido e incluso de la posibilidad de un sentido para la vida del ser humano.
Recientemente, durante la entrega de los Premios Planeta, se reveló que la célebre autora “Carmen Mola”, era en realidad el pseudónimo elegido por tres hombres como estrategia comercial para que sus libros se vendieran más. Los autores resultaron ser Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero, quienes son experimentados guionistas que decidieron unir fuerzas para crear una serie de novelas negras.
Ignoro las razones de los autores para darse a conocer. Según uno de ellos, Jorge Díaz, la razón fue que: “Estábamos hartos de mentir. Por eso pensamos en salir del armario por todo lo alto, con gran aparato eléctrico. Últimamente teníamos la sensación de que en cualquier momento podía saltar el secreto y tampoco queríamos que nos desenmascararan. Mejor hacerlo nosotros”.
Esto puede ser cierto, pero la verdad es que yo al menos no sabía de la existencia de “Carmen Mola” ni de sus novelas, ya que el género de la novela negra no es uno de mis preferidos ni como autor ni como lector. Con esta revelación tuve que enterarme, lo que significa que la publicidad fue buena.
Los pseudónimos se han usado desde siempre, pero han caído en desuso por parte de los autores publicados, aunque aún hay algunos que tienen uno, como Andrew Holleran o Elvira Hernández, cuyos nombres reales les dejaré como tarea para la casa.
Durante el siglo XIX, las novelistas George Sand y George Elliot usaron estos nombres masculinos precisamente porque en aquella época sí se privilegiaba a los hombres en la literatura. Sospecho que estos caballeros usaron un nombre femenino por la misma razón.
El escritor Sergi Puertas comentó en El Confidencial cómo fue que tuvo que hacerse pasar por mujer para que lo publicaran. “Casi todos los profesionales del mundillo con los que he conversado al respecto certifican ‘off the record’ lo que es un secreto a voces: que hoy día se da preferencia a las autoras.” Comentó este escritor respecto a su libro de cuentos, que salió al mercado publicado con su nombre real, pero que presentó como una mujer a la editorial.
La indignación que el caso “Carmen Mola” provocó entre las feministas será legendaria y espero que la acompañen siglos de carcajadas; incluso una librería feminista realizó una devolución de los libros de “la autora” entre comillas a la editorial, publicando un pequeño video de ello en sus redes sociales. Con esto, quisieron mostrar al mundo su indignación por lo que consideraron una injusticia.
No importó la calidad de los libros, asunto que desconozco, sino que lo que importaba era que habían sido escritos por una mujer. Entre las razones para revelar el secreto, aparte de lo que los autores mencionaron, pudo haber estado que la serie de novelas negras ya no tuviera el impacto inicial y pensaron que llamar la atención nuevamente sobre las mismas con la revelación podía ser bueno, ya que la mayoría de los lectores valoran poco este tipo de premios, pues tienen cierta fama de estar arreglados. Aunque aquí solo especulo, el hecho de que alguien como yo, que no soy un lector de novela negra, se enterara de la existencia de la “autora” entre comillas, garantiza que muchas personas se volcarán a los libros por mera curiosidad, aunque tampoco sean seguidores del género. Más allá de estrategias comerciales, para nosotros, este hecho es una nueva muestra de que el advenimiento del nihilismo ya ha ocurrido, pero que comienza a sucumbir ante el ridículo.
Una obra literaria y cualquier obra de arte debieran ser evaluadas por la calidad de las mismas y no por las cualidades inmutables de sus autores, como el sexo, el color de la piel, etcétera. En la película De vuelta al colegio, al viejo estudiante Thorton Melon le encargan un trabajo sobre el famoso escritor Kurt Vonnegut. El alumno le encarga el trabajo al propio escritor, quien hace un cameo en la película. El ensayo obtiene una baja calificación y le comentan que no tiene la menor idea de nada de lo que se ha escrito sobre el famoso novelista. Esto tiene más sentido del que parece: Roland Barthes elaboró el concepto de la muerte del autor que consiste en que, una vez que la obra fue publicada, ella tiene valor por sí misma y es interpretada por los lectores que la hacen suya. En este sentido, la interpretación del autor, si vive, no tiene más valor que aquella de cualquier otro lector. Esta concepción nos revela que las obras literarias –y en general todas las obras de arte– tienen valor por sí mismas, ya que pasan a formar parte del patrimonio de la cultura universal.
Siendo el negocio editorial un negocio, también son importantes para los editores las posibilidades de venta de un libro determinado y sin duda es el criterio principal para elegir qué publicar y qué no. Es por eso que muchas veces algunos bestsellers de otros tiempos no duran ni cinco años en librerías hasta que son olvidados. Según este criterio, más que la calidad de una obra literaria determinada, los editores buscan la recepción y el impacto que tendrá el libro en los lectores y por ende en las ventas.
En los tiempos que corren, los editores consideran que las obras escritas por mujeres se venderán más que aquellas escritas por hombres, dado toda la tendencia feminista y progresista. Es un hecho que, en general, se venden más libros escritos por hombres que por mujeres, pero esto se debe a que la mayoría de las obras consideradas clásicas se siguen leyendo pese al paso de los años y en ellas hay un predominio masculino. Respecto de las obras nuevas, lo que afirma Sergi Puertas es de todos sabido.
Para “solucionar” entre comillas este problema, en muchos colegios y universidades de los Estados Unidos –y se ha intentado hacer en Inglaterra– se ha eliminado a autores como Shakespeare, Twain o los griegos para reemplazarlos por autores del género, el color y la orientación sexual correcta, quienes no pueden ser, por supuesto ni hombres, ni blancos, ni heterosexuales. De esa forma, gran parte de la herencia y la tradición de occidente se pierde y es reemplazada por una moda que no significa nada, es decir, por el nihilismo.
El sólo hecho de ser hombre o mujer no tiene más valor que el de cualquier otra vida humana, aunque, por razones evolutivas, se ha considerado siempre la vida de la mujer más valiosa que la del hombre, ya que los espermios abundan y los óvulos son escasos. Es por eso que los hombres van a la guerra, aunque no quieran, y son rescatados después de las mujeres y los niños en los naufragios y cataclismos. Creo que ningún caballero se hubiera negado a esto hasta no hace mucho, aunque ahora ha sucedido que han forzado a mujeres a tener relaciones (no puedo decir la palabra correcta porque debo conservar este contenido como family friendly) delante de grupos de hombres, quienes no han intervenido por temor a ser acusados ellos mismos de algún delito, sobre todo si el perpetrador pertenece a una de las castas privilegiadas de oriente medio o de otro lugar en donde haya seres de luz. Pedir un acto heroico es mucho, pero además castigar a alguien por ello es demasiado.
El hecho de que la vida de las mujeres sea más valiosa que la de los hombres no significa que su actividad también lo sea. En el campo de las artes, si seguimos a Barthes, la actividad en sí es la que tiene valor y el autor es superado y trascendido por esta, sin embargo, el actual estado de cosas ha tergiversado tanto la ética como la estética.
La palabra ‘virtud’ es la traducción de la voz latina ‘virtus’, que a su vez traduce el griego ‘areté’. La palabra griega podría traducirse como excelencia, sin embargo, la palabra “virtus” ya existía en la lengua latina y significaba “valor en el combate”, siendo la virtud de los soldados. En este sentido, nos damos cuenta de que, para los romanos, la excelencia ya fuera moral, técnica, intelectual o artística era el resultado del esfuerzo y, especialmente en el caso de la moral, del combate contra las propias bajas pasiones tales como la lujuria, la pereza o el miedo.
Hacer una virtud de una condición inmutable de la personalidad, a saber el sexo, la raza o el color de la piel es una perversión del mismísimo concepto de la virtud o la areté: no se es excelente por el solo hecho de ser hombre, mujer, blanco, negro o indígena, sino que la virtud debe ser algo que se alcanza con disciplina moral y, en el caso del virtuosismo artístico, con el esfuerzo, el tiempo y el oficio. Esto también requiere de virtudes morales como la diligencia y la perseverancia, y esta es otra más de las razones por las que la belleza de las artes es equivalente al bien.
El ardid de “Carmen Mola” ha desenmascarado la mentira de que las condiciones inmutables y congénitas puedan ser consideradas virtudes, pero sobre todo también a aquellos que quieren convencernos de esta falsedad y que ahora rechinan los dientes, al darse cuenta de que han gozado libros escritos por hombres. Así como alguna vez mujeres se hicieron pasar por varones, hoy hombres se han hecho pasar por mujeres para mostrar su calidad como escritores. De esta manera, también han podido superar un régimen de privilegios de género, que esta vez es en sentido opuesto. Es cierto que lo que pasaba en el siglo XIX y antes era una injusticia, pero no se soluciona una injusticia con más injusticia.
No sé si los libros sean realmente buenos, pero, incluso si son un producto diseñado para ser un bestseller, se requiere de oficio para saber cómo escribir una obra que se transforme en uno.
La decepción provocada en círculos progresistas no hace más que retratar a los propios “progres”: para ellos, el valor de cualquier cosa no está en nada más que en el verse representados como colectivo, no en el verdadero goce contemplativo del que tiene frente a sí una obra de arte. Todo espectador o lector se refleja a sí mismo en la contemplación del arte, la filosofía o la historia, sin embargo, lo hace como un individuo y no como el borrego definido por el colectivo al que pertenece.
Hablando de la historia, dice Ralph Waldo Emerson en “History”: “Nosotros, mientras leemos la historia, debemos llegar a ser griegos, romanos, turcos, sacerdotes y reyes, mártires y verdugos; debemos fijar estas imágenes a alguna realidad en nuestra experiencia secreta, o no vamos a aprender nada correctamente”. En la literatura, nosotros nos transformamos de la misma forma en los héroes y villanos y logramos penetrar en la psique de la humanidad.
La obra de “Carmen Mola” ya no es funcional a la causa progresista y debe ser execrada porque no sirve para respaldar las “verdades” entre comillas de la progresía.
En vez de demostrar que la condición de mujer otorga una sensibilidad especial y una superioridad sobre el hombre, los tres guionistas demostraron lo que se puede hacer con oficio y talento independientemente del género. Han logrado demostrar que la mente humana es capaz de penetrarse a sí misma, esta vez usando como medio la literatura, destrozando las barreras del género y la clase y destruyendo el mito de que debemos dividirnos entre opresores y oprimidos. No estoy seguro de que quisieran hacerlo. Lo más probable es que solo hayan ideado una estrategia comercial para vender libros y que la revelación sea la segunda parte de la misma estrategia para vender más libros aún, pero no puedo saberlo.
Lo que sí puedo saber, es que esta revelación ha dejado ver el nihilismo de la nueva izquierda, incapaz de reconocer mérito, virtud o belleza en cualquier cosa que no sirva para su fin, que es conquistar el poder por el poder y someter a todo el mundo a categorías meramente colectivistas, en las que nadie pueda sobresalir por sobre nadie, a no ser que pertenezca al colectivo correcto, para que de esa forma todo el colectivo pueda sentir como propio un orgullo ajeno, al más puro estilo de un rebaño.
Como predijo Nietzsche, el nihilismo ya está entre nosotros, pero de tanto en tanto asoman rayos de luz que lo denuncian, sólo por eso, tal vez haya esperanza. Después de todo, como dijo el mismo Nietzsche en su Zaratustra:
“Esta corona del que ríe, esta corona de rosas : yo mismo me he puesto sobre mi cabeza esta corona, yo mismo he santificado mis risas. A ningún otro he encontrado suficientemente fuerte hoy para hacer esto. Zaratustra el bailarín, Zaratustra el ligero.”
En nuestras palabras, el único remedio contra el espíritu de la pesadez siempre ofendido de la progresía es la carcajada que, cada tanto, los deja en ridículo. Mis respetos a “Carmen Mola”.