Disidencia controlada y tontos útiles

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Transcripción del video: 

La disidencia controlada se define normalmente como aquella estrategia usada por gobiernos o grupos de interés que consiste en estimular una postura opuesta a la dominante, pero lo suficientemente extrema o ridícula como para afianzar esa misma postura dominante.

En el actual estado de cosas, creo que además podemos observar otras formas de disidencia controlada de las que trataremos a continuación, además de que entenderemos cómo opera el nuevo poder con estos mecanismos.

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Ante todo, debemos recordar que, en el mundo contemporáneo, el poder ya no es detentado exclusivamente por el Estado, sino que organizaciones internacionales como la ONU, conglomerados como el Foro Económico Mundial y fundaciones como la Open Society Foundation han constituido un núcleo de poder blando, es decir, que no se manifiesta por medio del uso de la fuerza, pero no por ello es menos decisivo.

El poder establece una agenda pública, que consiste en establecer qué temas son los importantes, los menos importantes y los irrelevantes; para ello se sirve en primer lugar de los medios de comunicación masiva, los que refuerzan la agenda pública mediante sus contenidos.

Podemos considerar disidencia a todos aquellos que tienen una agenda distinta a la agenda pública o que no están de acuerdo en su manera de abordar o solucionar dichos problemas.

La disidencia controlada es la que aparece como en desacuerdo con esta agenda pública, pero que en realidad la refuerza.

Un caso de disidencia controlada clásica era Alex Jones y su canal “Infowars”. Este canal difundía las más extrañas teorías de conspiración en YouTube y servía para que comediantes al servicio del establishment, como Stephen Colbert o John Oliver, ridiculizaran sus posiciones y mostraran que la derecha alternativa o nueva derecha no era más que un grupo de papanatas que tenían creencias extravagantes. Ser disidencia controlada benefició al propio Alex Jones, ya que, al ser parodiado servía a los intereses que decía denunciar, dado lo delirante de sus afirmaciones. Esto hizo crecer tanto su canal como su negocio.

Sin embargo, después del triunfo de Donald Trump, Jones y su canal dejaron de ser considerados disidencia controlada, seguramente porque se le juzgó como parte de la campaña del expresidente. Su canal fue bajado de YouTube, pero sigue trasmitiendo desde su propia web. Hay que decir que Jones era considerado por todos los sectores con un mínimo de sentido común como una especie de bufón y su canal era visto mayoritariamente como simple entretenimiento, pero creo que esto no fue entendido.

Aquello encendió la alerta entre muchos otros creadores y varios titularon sus trabajos como “Primero vinieron por Alex Jones…” en alusión al famoso poema “Primero vinieron” del poeta alemán Martin Niemöller, que hace alusión a la cobardía de los intelectuales ante el régimen del pintor austríaco fracasado. El poema termina con el verso “Cuando vinieron a buscarme,/ no había nadie más que pudiera protestar”. Al cancelar a Alex Jones, los poderes descontrolaron la disidencia y se estableció el discurso de la libertad de expresión.

Existe otra forma de disidencia controlada que ha sido llamada “de centro” que consiste en una mera diferencia de gradualidad. Por ejemplo, si la agenda feminista dice que hay que darle más derechos a las mujeres, tales como cuotas de género, una disidencia controlada dirá que eso es un exceso, pero que sí se deben dar subsidios a mujeres pequeñas empresarias. En este sentido, la agenda pública ha logrado establecer que las mujeres deben ser beneficiadas por sobre los hombres y la disidencia controlada, al disminuir el grado de beneficio, ha posicionado de todas maneras la prioridad de la agenda pública. Una auténtica disidencia debiera decir que hombres y mujeres deben ser ante todo iguales ante la ley y que no se deberían establecer más diferencias que aquellas propias de la fisiología.

En la lucha entre el globalismo y los patriotas, el concepto de disidencia controlada se vuelve más interesante e incluso paradojal. A la agenda pública de los Estados podemos llamarla la vieja agenda y a la agenda del globalismo, la nueva agenda. Ambas agendas deberían estar en pugna, aunque muchos gobiernos se han entregado a la agenda globalista, lo que no es del gusto de muchos de nosotros.

En este punto, la nueva agenda crea disidencia contra la vieja agenda y para ello se ha servido de la estrategia molecular de Guattari y de cambiar las prioridades nacionales por prioridades globalistas como el cambio climático y las fronteras abiertas.

Recordemos que la estrategia molecular consiste en dividir a las sociedades en distintos colectivos o moléculas que se perciben mutuamente como opresores y oprimidos, esto es mujeres contra hombres, hombres contra mujeres, diversidad sexual contra heterosexuales, raza contra raza, refuerzo de identidades étnicas, etcétera. Todo esto ha sido llamado el discurso progresista, que ya conocemos. Esta nueva agenda ha cambiado el foco de las condiciones materiales a la cuestión de los valores, lo que representa el intento de crear un cambio cultural y es por ello que se habla de la batalla cultural.

El discurso progresista y los temas de la nueva agenda global se tornaron hegemónicos, sin embargo, aquellos que defienden estos discursos todavía se perciben a sí mismos como disidentes, porque combaten a una vieja agenda que, en este momento, no conserva demasiado poder ni mucha relevancia. Curiosamente, esto ha sido posible precisamente porque muchas de las carencias del pasado han sido solucionadas en los países desarrollados y algunos en vías de desarrollo, como Chile, que pasó de ser el segundo país más pobre de Latinoamérica a ser el más rico, producto de su apertura al comercio internacional. Esto hasta el 18 de octubre de 2019.

Los temas que tienen relación con los valores o la llamada inclusión tienen como objeto desestabilizar a las distintas sociedades, de tal manera que los poderes locales se debiliten y así el poder global pueda aumentar su control. Una sociedad que no tiene valores comunes es una sociedad que se desintegra y que tiene menos defensa contra controles externos. Así, estos nuevos poderes imponen una nueva agenda pública y sobre todo un nuevo lenguaje, cuya forma más extrema es el llamado lenguaje inclusivo, que considera nuevos pronombres y palabras como “todes”. 

En el siglo pasado, en la versión clásica de la propaganda, estaban los propagandistas pagados, como por ejemplo, los propios comerciales de radio y televisión. Los negros, que son aquellos pagados para servir al grupo de interés que los financia, pero que no dicen que reciben pagos. El ejemplo clásico que se daba eran los doctores, pues ellos eran quienes más influencia tenían en temas de salud sobre la población. Así, por ejemplo, los productores de tocino pagaban a los médicos para que recomendaran su consumo. Después estaban los ingenuos, que repetían el mensaje, ya que confiaban en el establishment de la salud, como por ejemplo periodistas y columnistas.

Hoy en día, es posible establecer esta misma distinción: Son pagados gente como el senador Navarro o Florencia Lagos en Chile, así como quienes trabajan para el Instituto de Derechos Humanos, de quienes sabemos que son financiados por intereses progresistas o por el propio Estado, que ha sido tomado por personeros con los mismos intereses. Los disidentes grises, aquellos que son pagados, pero que lo niegan, como parecen serlo casi todos aquellos que forman parte de la élite simbólica, es decir, de aquellos que tienen acceso a poner sus discursos en los medios de comunicación masiva y, finalmente, los ingenuos, que son la gran mayoría de quienes salen a protestar y que están convencidos de la justicia de su causa. Estos últimos son la mayoría y están además convencidos de ser rebeldes.

La industria cultural, es decir, el cine, la radio, la televisión, el mundo editorial y, más recientemente, los servicios de streaming,  han sido siempre extraordinarios vehículos de propaganda. Ya en 1928, Edward Bernays decía:

Hoy día, el cine estadounidense representa el más importante vehículo inconsciente de propaganda del mundo. Es un gran distribuidor de ideas y opiniones. Las películas pueden estandarizar las ideas y los hábitos de la nación. En la medida en que las películas están diseñadas para satisfacer las demandas del mercado, reflejan, recalcan e incluso exageran las tendencias populares más generalizadas, en lugar de fomentar nuevas ideas y opiniones.

Hoy en día, la industria cultural está completamente penetrada por personas que defienden el discurso progresista, que es la punta de lanza de la agenda globalista, es decir, de la agenda pública del poder.

Abriendo un paréntesis, llama poderosamente la atención que los creadores de la progresía no hayan tratado en general de crear ni sus propios significantes ni sus propios mitos. Así, se quiere hacer de “Superman” un superhéroe bisexual y “He-Man” fue asesinado en el remake para darle importancia a la que fuera su sidekick porque era mujer y que ahora, por supuesto, es además lesbiana. La pregunta que surge es si es que efectivamente no han sido capaces o si han querido resignificar los íconos ya existentes de la cultura popular. Los pocos intentos de crear nuevos arquetipos han sido desastrosos, como el caso de “I´m not Starfire” o de los nuevos héroes de Marvel “Snowflake” y “Safespace”. Películas de los 80, como “Los Cazafantasmas” sufrieron espantosos remakes, como el de 2016, en el que los héroes de la trilogía original fueron reemplazados por mujeres.

Los trabajadores de la industria del entretenimiento –directores, productores y actores– han defendido el discurso progresista también fuera de sus producciones, en movimientos como el “me too” o haciéndose eco de diferentes activismos políticos y defendiendo la cultura de la cancelación. Ha habido excepciones como Chris Pratt y, sobre todo, Ricky Gervais, quien se ha planteado en contra de la progresía con toda la fuerza de la comedia, pero son excepciones. Empresas pertenecientes a otras industrias han hecho lo mismo. Recordemos como Nestlé cambió el nombre de su galleta Negrita por Chokita y, en los Estados Unidos, la empresa fabricante de helados Ben & Jerry’s crearon un helado justiciero social.

Hollywood y las grandes empresas internacionales aparecen como rebeldes y cool. Esto es una contradicción en sí misma, ya que ellos junto con las organizaciones internacionales constituyen el poder. Una vez que un discurso penetra, por ejemplo, la industria cinematográfica y la televisión, ese discurso se ha transformado en el discurso dominante o hegemónico. Incluso los Estados nacionales se han plegado a este mismo discurso: las embajadas norteamericanas y algunos palacios de gobierno se iluminaron con los colores de la bandera gay, defendiendo una supuesta diversidad que, de nuevo contradictoriamente, no acepta opiniones divergentes.

Debería ser al menos sospechoso que ciertas agendas progresistas sean defendidas ni más ni menos que por la propia realeza británica, quienes son literalmente la encarnación del poder más tradicional de todos. Se supone que la familia real es no partidista y que debe estar por encima de las distintas posiciones políticas. Al defender estas ideas, el poder logra presentarlas como si fueran supra políticas y en interés de la humanidad, pero esto no es cierto.

La disidencia controlada ha llegado a un extremo que va más allá de lo teorizado hasta ahora, ya que defender la propia hegemonía se muestra como disidencia. Las demandas de la calle se vuelven abstractas. Defender el uso de pronombres o reclamar una supuesta “dignidad” son demandas exclusivamente culturales que carecen de verdadero sentido. No se defiende la libertad obligando a nadie a usar un determinado tipo de lenguaje, sino que lo que esto hace es precisamente controlar el discurso y suprimir la libertad.

No es un rebelde quien sirve al poder y, quien lo hace sin darse cuenta, es por definición un tonto útil. En el caso de nuestro país, todos los “combatientes”, son disidencia controlada por estos poderes globales. Son pues, la peor forma de tonto útil.

La única verdadera oposición somos aquellos que no estamos de acuerdo con el discurso dominante, muchas veces por las más distintas razones. A grandes rasgos, por un lado, están aquellos que se oponen al discurso progresista por razones religiosas y, por el otro, aquellos que nos oponemos simplemente porque no estamos de acuerdo con que se nos obligue a hablar de una manera determinada o se nos prohíba el uso de ciertas palabras. Esta extraña época ha transformado a los conservadores y liberales clásicos en los rebeldes y nos ha unido. La sola naturaleza de estos tiempos se ha vuelto así distópica y su discurso dominante absurdo. Cuando la agenda 2030 quiere disminuir la población, el opositor es quien quiere formar una familia. Si el objetivo es generar a individuos desarraigados para hacerlos más dependientes, quien defiende el amor romántico y las relaciones profundas es el verdadero punk. En Un mundo feliz, “Lenina Crowne” es cuestionada al ser acusada de tener una relación monógama con “Bernard Marx”, en una moral invertida que ha salido de la ficción para formar parte del discurso dominante que dice que el amor romántico es opresivo. Igual que en la ficción, lo rebelde es defender el derecho a amar y no el así llamado amor libre.

Vivimos tiempos extraños.  

 

 

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